Cartas desde mi celda

Fiction & Literature, Classics
Cover of the book Cartas desde mi celda by GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER, guido montelupo
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Author: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER ISBN: 1230000449397
Publisher: guido montelupo Publication: May 24, 2015
Imprint: Language: Spanish
Author: GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER
ISBN: 1230000449397
Publisher: guido montelupo
Publication: May 24, 2015
Imprint:
Language: Spanish

GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870), hijo de pintor, José Domínguez, que fue quien adoptó el primero el seudónimo “Bécquer”, apellido real de unos antepasados suyos. Huérfano de padre y madre en su más temprana edad, estudió, junto con su hermano Valeriano, pintura en el taller de su tío Joaquín y en la biblioteca de su madrina, doña Manuela Monnehay, leyó las obras de Chateaubriand, Balzac, Byron, Espronceda y Víctor Hugo. Con 18 años marcha a Madrid empujado por la convicción de su inexorable triunfo en literatura. Sin embargo allí no le aguardaba más que el hambre, la pobreza y la enfermedad, malviviendo esencialmente del periodismo: ingresó en “El porvenir”, pero jamás le pagaron lo prometido, colaboró en “La época” y fue redactor en “El Contemporáneo”. Su suerte cambió algo cuando el ministro González Bravo lo toma bajo su protección y lo nombra censor de novelas. Tras la revolución del 68, se traslada a París y, a su vuelta, se establece con su hermano Valeriano en Toledo. Regresó a Madrid en 1870, en cuyo mes de septiembre muere Valeriano y en diciembre le seguirá el propio escritor, cuando aún no contaba 35 años. Ningún otro poeta ha tocado con tanto acierto y fineza la cuerda de la sensibilidad, dejándola vibrar largo tiempo en un ámbito impregnado por una magia verbal exclusiva. Sus textos poseen la delicadeza y la precisión de un dibujo.

“Cartas desde mi celda” (1864). Escritas en el monasterio de Veruela, fueron publicadas en “El contemporáneo”, entre mayo y octubre de ese año. Se trata de un conjunto de nueve cartas dirigidas a la redacción y a los lectores de dicho periódico, en el que Bécquer rememora sus días madrileños, así como el ambiente literario y periodístico que lo había rodeado, en contraste con la realidad presente, la paz del valle de Veruela, que le inspira una melancólica mirada retrospectiva y una resignación mansa y callada: “Mi alma está ya tan serena como el agua inmóvil y profunda.”

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GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER (1836-1870), hijo de pintor, José Domínguez, que fue quien adoptó el primero el seudónimo “Bécquer”, apellido real de unos antepasados suyos. Huérfano de padre y madre en su más temprana edad, estudió, junto con su hermano Valeriano, pintura en el taller de su tío Joaquín y en la biblioteca de su madrina, doña Manuela Monnehay, leyó las obras de Chateaubriand, Balzac, Byron, Espronceda y Víctor Hugo. Con 18 años marcha a Madrid empujado por la convicción de su inexorable triunfo en literatura. Sin embargo allí no le aguardaba más que el hambre, la pobreza y la enfermedad, malviviendo esencialmente del periodismo: ingresó en “El porvenir”, pero jamás le pagaron lo prometido, colaboró en “La época” y fue redactor en “El Contemporáneo”. Su suerte cambió algo cuando el ministro González Bravo lo toma bajo su protección y lo nombra censor de novelas. Tras la revolución del 68, se traslada a París y, a su vuelta, se establece con su hermano Valeriano en Toledo. Regresó a Madrid en 1870, en cuyo mes de septiembre muere Valeriano y en diciembre le seguirá el propio escritor, cuando aún no contaba 35 años. Ningún otro poeta ha tocado con tanto acierto y fineza la cuerda de la sensibilidad, dejándola vibrar largo tiempo en un ámbito impregnado por una magia verbal exclusiva. Sus textos poseen la delicadeza y la precisión de un dibujo.

“Cartas desde mi celda” (1864). Escritas en el monasterio de Veruela, fueron publicadas en “El contemporáneo”, entre mayo y octubre de ese año. Se trata de un conjunto de nueve cartas dirigidas a la redacción y a los lectores de dicho periódico, en el que Bécquer rememora sus días madrileños, así como el ambiente literario y periodístico que lo había rodeado, en contraste con la realidad presente, la paz del valle de Veruela, que le inspira una melancólica mirada retrospectiva y una resignación mansa y callada: “Mi alma está ya tan serena como el agua inmóvil y profunda.”

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