AL EMPEZAR No osaré jamás hacer una reseña crítica de los nombres insignes que en este primer tomo os ofrecen gallardas muestras de su talento; sólo quiero decir sus nombres y los títulos de sus cuentos, para deleitarme al recordar el encantador, sano e ingenuo humorismo de Galdós en La novela en el tranvía; las prosas madrigalescas, hondas y miniadas de Benavente en El criado de Don Juan y la recia y sabrosa urdimbre novelesca, palpitante de rebeldía, de amor y de dolor de Viernes Santo, de la condesa de Pardo Bazán. Palacio Valdés, el maestro solitario, os ofrece su novela ¡Solo!, digna de la pluma egregia que trazó La aldea perdida. Todas las palabras de elogio son pobres para este coloso de la novela contemporánea. El sencillo Don Rafael, cazador y tresillista es una conmovedora y grácil narración de Unamuno, el espíritu más hondo, más multiforme, el corazón más en carne viva de esta época de inquietudes de conciencia y de lucha desesperada por la vida y por las ideas. Burla burlando, El sencillo Don Rafael es de una emoción que hace llorar y a un tiempo ofrece un alto ejemplo de belleza moral dentro de una naturalidad encantadora. José Nogales, el castellano artífice de la prosa, nos brinda Las tres cosas del tío Juan, el cuento a que debió su consagración. Arturo Reyes fué un gran cuentista regional, como lo prueba en Cosas de hombre, lleno de gracejo, de ambiente, dueño de la dificilísima técnica del arte del cuento. Como gratitud a la honda emoción estética que nos dieron, pongamos un recuerdo, como una hoja de laurel, sobre la piedra de estos dos ilustres cuentistas, muertos ya. La epopeya de una zíngara, de Joaquín Dicenta, es un jirón de realidad salvaje, ensangrentada, aullante de dolor. Es de lo más personal de este insigne dramaturgo español, todo pasión y violencia, que hoy, día 21 de Febrero, está encerrado entre las cuatro tablas hórridas de un ataúd. ¡Taladrante coincidencia! Cuando me dispongo a hacer esta frívola reseña, los periódicos dicen la muerte del autor de Juan José. Fué un gran corazón y un temperamento único, insuperable de artista. La epopeya de una zíngara refleja fielmente el rico carácter emocional de este escritor. El artista de la crónica, Pedro de Répide, nos regala con su novela La enamorada indiscreta, escrita donosamente y con toda pureza a la manera clásica de la novela del siglo áureo
AL EMPEZAR No osaré jamás hacer una reseña crítica de los nombres insignes que en este primer tomo os ofrecen gallardas muestras de su talento; sólo quiero decir sus nombres y los títulos de sus cuentos, para deleitarme al recordar el encantador, sano e ingenuo humorismo de Galdós en La novela en el tranvía; las prosas madrigalescas, hondas y miniadas de Benavente en El criado de Don Juan y la recia y sabrosa urdimbre novelesca, palpitante de rebeldía, de amor y de dolor de Viernes Santo, de la condesa de Pardo Bazán. Palacio Valdés, el maestro solitario, os ofrece su novela ¡Solo!, digna de la pluma egregia que trazó La aldea perdida. Todas las palabras de elogio son pobres para este coloso de la novela contemporánea. El sencillo Don Rafael, cazador y tresillista es una conmovedora y grácil narración de Unamuno, el espíritu más hondo, más multiforme, el corazón más en carne viva de esta época de inquietudes de conciencia y de lucha desesperada por la vida y por las ideas. Burla burlando, El sencillo Don Rafael es de una emoción que hace llorar y a un tiempo ofrece un alto ejemplo de belleza moral dentro de una naturalidad encantadora. José Nogales, el castellano artífice de la prosa, nos brinda Las tres cosas del tío Juan, el cuento a que debió su consagración. Arturo Reyes fué un gran cuentista regional, como lo prueba en Cosas de hombre, lleno de gracejo, de ambiente, dueño de la dificilísima técnica del arte del cuento. Como gratitud a la honda emoción estética que nos dieron, pongamos un recuerdo, como una hoja de laurel, sobre la piedra de estos dos ilustres cuentistas, muertos ya. La epopeya de una zíngara, de Joaquín Dicenta, es un jirón de realidad salvaje, ensangrentada, aullante de dolor. Es de lo más personal de este insigne dramaturgo español, todo pasión y violencia, que hoy, día 21 de Febrero, está encerrado entre las cuatro tablas hórridas de un ataúd. ¡Taladrante coincidencia! Cuando me dispongo a hacer esta frívola reseña, los periódicos dicen la muerte del autor de Juan José. Fué un gran corazón y un temperamento único, insuperable de artista. La epopeya de una zíngara refleja fielmente el rico carácter emocional de este escritor. El artista de la crónica, Pedro de Répide, nos regala con su novela La enamorada indiscreta, escrita donosamente y con toda pureza a la manera clásica de la novela del siglo áureo