Las reglas del juego

Una aventura de aceitunas asesinas

Fiction & Literature, Horror, Science Fiction & Fantasy
Cover of the book Las reglas del juego by Myconos Kitomher, Nuevos Autores
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Author: Myconos Kitomher ISBN: 1230000300428
Publisher: Nuevos Autores Publication: February 15, 2015
Imprint: Language: Spanish
Author: Myconos Kitomher
ISBN: 1230000300428
Publisher: Nuevos Autores
Publication: February 15, 2015
Imprint:
Language: Spanish

Es verdaderamente complicado hacer una sinopsis de esto. Me doy por vencido.

Fragmento:

La ganadora miraba el sobre sin decidirse a abrirlo. No parecía muy feliz.

—Apresúrate, es tarde —acució la master.

Quien un día fuera amiga de Susan recogió su sobre y casi lo arrugó por un temblor compulsivo en las manos.

—¿Qué te pasa, Mary? —Preguntó Dorothy en voz baja.

—¡Léelo! —Se impacientó Rose.

Mary miró de un modo extraño a las demás. Había una especie de súplica en sus ojos. Susan creyó ver por un momento algo familiar en la mirada de su vieja amiga. Quizá aún conservara un poco de su antiguo yo. Cabía la remota posibilidad de que, como Susan, Mary también les estuviera siguiendo el juego, por miedo, por no atreverse a enfrentarse a Isobel. No tuvo tiempo de hacerse más ilusiones, Mary se encaró con la master y le preguntó, con verdadera agitación en la voz:

—Isobel... ¿no es cierto que puedo pasar el sobre a otra jugadora si aún está cerrado y si ella lo acepta?

—Está en las reglas, sí. Pero haciendo eso perderías la partida. ¿Por qué...?

—Bien, se lo quiero pasar a... —miró a Susan y trató de sonreír, aunque le saliera una sonrisa algo torcida.

De nuevo volvió a sentirse una creciente tensión. Todas las miradas convergían en Mary sin que nadie comprendiera qué pretendía con aquello. Susan pudo sentir la amistad que todavía la unía a Mary. ¡Quería darle el sobre a ella! ¡Podría salir del grupo!

De pronto un pensamiento de justicia le atravesó la mente.

—¡No, Mary, no lo quiero! —gritó. —¡Hazlo tú! ¡Abandona, eres la ganadora!

Se hizo un profundo silencio. Isobel miraba de una a otra alternativamente, pero aparentemente no la inmutaba el giro de los acontecimientos. Las otras sí se mostraban inquietas, no querían permitir lo que sucedería. Si no se iba la una, se iría la otra. 

Mary aferró el sobre con tanta fuerza que oyeron crujir el papel. 

Y entonces se echó a reír, con una risa histérica que no agradó a ninguna de las presentes. Hasta que se repuso, dejó de reír para mirar a Susan severamente y dijo en un tono que superaba el sarcasmo:

—No sé qué te ha hecho pensar que iba a entregarte este sobre a ti. Es para Sarah.

Se lo pasó a la rubia, mientras las otras cruzaban miradas de entendimiento y complicidad. En ese momento, al descubrir a Susan tan pálida que sonrojaría a un cadáver, todas rompieron a reír con horribles carcajadas de regocijo y las sillas crujieron bajo sus cuerpos, amenazando con desmoronarse. 

Susan se sintió débil y sola. Se encogió en su asiento y se abrazó para no perder el calor. Por sus mejillas caían lágrimas de frustración. 

Sarah, cuando consiguió serenarse un poco, abrió el sobre que le acababa de pasar Mary, pensando que esa mujer era una actriz estupenda. Sonrió de nuevo, esta vez para sus adentros.

Sonaron las doce campanadas de un reloj de péndulo. Sarah leyó para sí el contenido del sobre y casi pareció que se encendieran sus ojos. Desvió la mirada desde el papel a la tez surcada de lágrimas de Susan y esperó en silencio. Quería que la mujer preguntara, que se humillase de nuevo por saber si corrían peligro ella y los suyos. Pero Susan se secó las lágrimas y le sostuvo la mirada, sabiendo que esa zorra rubia se moría de ganas de leer la prueba.

Sarah se dio por vencida, pero la alegría se hizo patente en su voz cuando anunció:

—Al parecer tengo que matar al marido de una de vosotras —se pasó la lengua por los labios, de un rojo natural intenso. —¿A quién me cargaré?

Susan ahogó un grito, horrorizada. Mary reía en silencio. Rose e Isobel no demostraban ninguna emoción y Dorothy dijo estar apenada por no estar casada. Sarah las fue considerando una por una, aunque fuese evidente su decisión desde el primer momento. Sonreía con verdadero placer, disfrutando del momento. Por fin, cuando Susan sólo parecía un gatito indefenso y asustado, habló para hundirla totalmente.

—Rose, querida, tú te cargaste a mis padres... Pero mi venganza puede esperar. Susan, ¿es guapo tu marido?

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Es verdaderamente complicado hacer una sinopsis de esto. Me doy por vencido.

Fragmento:

La ganadora miraba el sobre sin decidirse a abrirlo. No parecía muy feliz.

—Apresúrate, es tarde —acució la master.

Quien un día fuera amiga de Susan recogió su sobre y casi lo arrugó por un temblor compulsivo en las manos.

—¿Qué te pasa, Mary? —Preguntó Dorothy en voz baja.

—¡Léelo! —Se impacientó Rose.

Mary miró de un modo extraño a las demás. Había una especie de súplica en sus ojos. Susan creyó ver por un momento algo familiar en la mirada de su vieja amiga. Quizá aún conservara un poco de su antiguo yo. Cabía la remota posibilidad de que, como Susan, Mary también les estuviera siguiendo el juego, por miedo, por no atreverse a enfrentarse a Isobel. No tuvo tiempo de hacerse más ilusiones, Mary se encaró con la master y le preguntó, con verdadera agitación en la voz:

—Isobel... ¿no es cierto que puedo pasar el sobre a otra jugadora si aún está cerrado y si ella lo acepta?

—Está en las reglas, sí. Pero haciendo eso perderías la partida. ¿Por qué...?

—Bien, se lo quiero pasar a... —miró a Susan y trató de sonreír, aunque le saliera una sonrisa algo torcida.

De nuevo volvió a sentirse una creciente tensión. Todas las miradas convergían en Mary sin que nadie comprendiera qué pretendía con aquello. Susan pudo sentir la amistad que todavía la unía a Mary. ¡Quería darle el sobre a ella! ¡Podría salir del grupo!

De pronto un pensamiento de justicia le atravesó la mente.

—¡No, Mary, no lo quiero! —gritó. —¡Hazlo tú! ¡Abandona, eres la ganadora!

Se hizo un profundo silencio. Isobel miraba de una a otra alternativamente, pero aparentemente no la inmutaba el giro de los acontecimientos. Las otras sí se mostraban inquietas, no querían permitir lo que sucedería. Si no se iba la una, se iría la otra. 

Mary aferró el sobre con tanta fuerza que oyeron crujir el papel. 

Y entonces se echó a reír, con una risa histérica que no agradó a ninguna de las presentes. Hasta que se repuso, dejó de reír para mirar a Susan severamente y dijo en un tono que superaba el sarcasmo:

—No sé qué te ha hecho pensar que iba a entregarte este sobre a ti. Es para Sarah.

Se lo pasó a la rubia, mientras las otras cruzaban miradas de entendimiento y complicidad. En ese momento, al descubrir a Susan tan pálida que sonrojaría a un cadáver, todas rompieron a reír con horribles carcajadas de regocijo y las sillas crujieron bajo sus cuerpos, amenazando con desmoronarse. 

Susan se sintió débil y sola. Se encogió en su asiento y se abrazó para no perder el calor. Por sus mejillas caían lágrimas de frustración. 

Sarah, cuando consiguió serenarse un poco, abrió el sobre que le acababa de pasar Mary, pensando que esa mujer era una actriz estupenda. Sonrió de nuevo, esta vez para sus adentros.

Sonaron las doce campanadas de un reloj de péndulo. Sarah leyó para sí el contenido del sobre y casi pareció que se encendieran sus ojos. Desvió la mirada desde el papel a la tez surcada de lágrimas de Susan y esperó en silencio. Quería que la mujer preguntara, que se humillase de nuevo por saber si corrían peligro ella y los suyos. Pero Susan se secó las lágrimas y le sostuvo la mirada, sabiendo que esa zorra rubia se moría de ganas de leer la prueba.

Sarah se dio por vencida, pero la alegría se hizo patente en su voz cuando anunció:

—Al parecer tengo que matar al marido de una de vosotras —se pasó la lengua por los labios, de un rojo natural intenso. —¿A quién me cargaré?

Susan ahogó un grito, horrorizada. Mary reía en silencio. Rose e Isobel no demostraban ninguna emoción y Dorothy dijo estar apenada por no estar casada. Sarah las fue considerando una por una, aunque fuese evidente su decisión desde el primer momento. Sonreía con verdadero placer, disfrutando del momento. Por fin, cuando Susan sólo parecía un gatito indefenso y asustado, habló para hundirla totalmente.

—Rose, querida, tú te cargaste a mis padres... Pero mi venganza puede esperar. Susan, ¿es guapo tu marido?

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